El desengaño
Lo comentaba el otro día con mi vicario parroquial: Cada vez más gente está volviendo a la Iglesia, y no vuelven movidos por el fervor, sino por el asco. Se han cansado del mundo, han descubierto la trampa oculta en el ídolo de este siglo, han experimentado el vacío con que paga a los suyos y se han desengañado. Están asqueados. Y, al volver la vista atrás, reconocen en la Iglesia el hogar paterno del que nunca debieron alejarse, y en la mesa de los hijos de Dios el único alimento que los puede saciar.
Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Se levantó y vino adonde estaba su padre. ¿Qué movió al hijo pródigo a volver a la casa de su padre? No fue la compunción, ni el amor. Fue el asco. El asco de aquellas algarrobas, de la compañía de los cerdos, de la suciedad que cubría su cuerpo.
Lo peor es acostumbrarse a la inmundicia; que un hombre no quiera salir de la piara para llegar a Casa, y que toda su oración consista en pedir más algarrobas. Qué lástima, entonces.
Concédenos, Señor, no perder jamás la nostalgia del cielo.
(TC02S)