El descanso de los santos
Parece paradójico hablar de descanso en los santos. Más bien da la impresión, leyendo sus vidas, de que no tuvieron tiempo para ellos. Desde que santa Teresa salió de La Encarnación, toda su vida fue un constante ir de acá para allá, sin apenas reposo. Y cuando ese «acá» o ese «allá» eran lugares difíciles y áridos, y la salud no acompañaba, cualquier buen amigo le hubiera sugerido un descanso que ella nunca tomó. ¡Cómo le costaba recorrer Andalucía en verano, con aquel hábito de lana de ocho kilos que todavía usan sus hijas! Y, sin embargo…
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
Por contradictorio que parezca, no hubiera podido la santa llevar a cabo esa tarea si no hubiera estado muy descansada. Lo estaba. Porque mientras el cuerpo se desgastaba, el alma estaba bien asentada en Dios, en el sosiego del discípulo que tiene la cabeza apoyada en el pecho del Maestro.
Cuando el alma está descansada, cualquier trabajo se puede afrontar con alegría. Pero, cuando el alma está cansada… hasta la siesta cansa.
(1510)