El Crucifijo es un enorme padrenuestro

Lo llamamos «oración dominical», esto es, «oración del Señor», porque al Señor le pertenece. No es tu padrenuestro, sino el suyo. Y, cada vez que lo rezas, es el grito de Cristo el que brota de tus labios.

Padre nuestro que estás en el cielo… Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 45).

Santificado sea tu nombre… Padre, glorifica tu nombre (Jn 12, 28).

Venga a nosotros tu reino… –Acuérdate de mí cuanto llegues a tu reino. – Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23, 42).

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo… No se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc 22,42).

Danos hoy nuestro pan de cada día… Esto es mi cuerpo (Lc 22, 19).

Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden… Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34).

No nos dejes caer en la tentación… Orad para no caer en tentación (Mc 14, 38).

Y líbranos del mal… No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal (Jn 17, 15).

Cada padrenuestro que rezas te une a ese grito. Porque el Crucifijo es un enorme y poderoso padrenuestro.

(TC01M)