El caballo de Saulo y el apellido de Dios
Todo el mundo identifica la conversión de san Pablo con la caída de un caballo. Pero el caballo no aparece por ningún sitio en el relato. Hemos dado por sentado que no iba a pie, ni tampoco en un carro, ni, desde luego, subido a un tranvía. El caso es que se cayó, se cayó de bruces, se cayó abrumado ante el Misterio. Desde el encuentro de Moisés con la zarza ardiente, la imagen del hombre postrado ante el Misterio es el momento de mayor dignidad en la vida.
Como Moisés, Pablo preguntó: ¿Quién eres? Y, en esta ocasión, el nombre de Dios fue el de un hombre: Soy Jesús.
Yo me quedo con el apellido: A quien tú persigues. Pablo no dejará de perseguirlo. Hasta ese momento, lo perseguía para encarcelarlo. A partir de ese momento, lo perseguirá para abrazarlo. No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo (Flp 3, 12).
Es verdad. Cuando uno se encuentra con Jesús, toda la vida es una persecución. Y esa persecución sólo acabará en el abrazo del cielo. Con caballo o sin caballo.
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