Desde el monte alto

Todos los años, en ese segundo domingo de Cuaresma, la Iglesia nos sube al Tabor. Y lo hace por el mismo motivo por el que Jesús quiso llevar allí a sus tres amigos: para que, desde el monte alto, divisemos la meta que nos aguarda al final del camino y, animados por esa visión, afrontemos los rigores de la peregrinación recordando que «vale la pena».

Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol. Es el cielo. Porque el cielo es Cristo, la contemplación de su belleza y el disfrute de su Amor sin velos que lo oculten ni ruidos que distraigan. ¡Qué bueno es que estemos aquí! ¡Y tan bueno! Es el único bien, el único gozo para el que el hombre ha sido creado.

Pero hay que bajar. Hay que bajar del Tabor, reemprender el camino y subir al Gólgota, donde el rostro del Señor se nos mostrará lacerado y cubierto de ultrajes. Hoy contémplalo radiante, luminoso y alegre, y guarda en tu corazón esa delicia. Y mañana, cuando lo veas crucificado, recuerda que es el mismo a quien amaste luminoso. Entonces le dirás: «En el Tabor o en el Gólgota, mi cielo eres Tú».

(TCA02)