Deja que se te vaya de las manos
Me parto de risa con san Juan. Empezó de maravilla, con ese primer encuentro con Jesús a orillas del Jordán en el que le preguntó dónde vivía. Y, tras acompañar a Jesús en la Cruz y contemplar la sangre y el agua, fue un místico. Pero, entre medias, era un bicho, un jovencito impetuoso que mereció ser llamado «hijo del trueno» junto a su hermano (quien también se las traería). Encuentra a un pobre hombre que expulsa demonios en nombre de Jesús y monta un escándalo:
Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros. «Es que, Maestro, esto no puede ser, se nos va de las manos. Si cualquiera va por ahí invocando tu nombre y los demonios le obedecen, esto se nos desmanda. ¡Pon orden, Maestro! Que al menos pasen primero por ventanilla»
Jajaja. Jesús se reiría también: No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. «Abre las manos, Juan, que no puedes retener el agua del Espíritu. Deja que se te vaya de las manos, Dios la encauzará. Anda, descansa un poco, chiquitín».
(TOB26)