¿De qué hablabas?

Ya se ve que los discípulos, o, al menos, algunos de ellos, se habían quedado atrás para conversar sin que Jesús los oyera. Comentan: «Dios no lo ve, el Dios de Jacob no se entera» (Sal 94, 7). Por eso, cuando llegaron a casa, Jesús les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? ¡Tierra, trágame! Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. El mismo Cristo, ya resucitado, se interesará también por la conversación de aquellos dos discípulos que volvían camino de Emaús.

Si prestas atención, escucharás que cada noche, durante tu examen de conciencia, el Señor te pregunta: «¿De qué has hablado hoy?». Cuéntaselo. Y, si te avergüenza, arrepiéntete antes de dormir.

Debemos rendir cuentas ante Dios de la palabra ociosa. Esas conversaciones frívolas, esos comentarios hirientes, esas palabras poco caritativas sobre quien no estaba delante, esas frases dichas con intención de herir… Dios te dio la palabra para que proclamases su gloria, no para el pecado.

¿Verdad que no imaginas a la Virgen metida en chismes, cotilleos o frivolidades? Ella nos enseñe a guardar nuestros labios para que, cuando Jesús nos pregunte, podamos decir que hablamos de Él, con Él o desde Él.

(TOI07M)