De la frivolidad, líbranos, Señor
Herodes es el paradigma de la frivolidad. Y la frivolidad no es necesariamente ajena a las creencias religiosas. Hay frívolos ilustres que exhiben sus creencias religiosas y las visten como se viste un traje de Dior. Les gustan las apariciones, los milagros, los exorcismos… todo ello, ante sus ojos, está lleno de «glamour». El problema es que, al contacto con la frivolidad, las creencias religiosas de desnaturalizan, convirtiéndose en juegos florales para gente ociosa.
Ese es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos. Herodes, que era un frívolo, creía en la resurrección, pero vivía con miedo. Más que una esperanza gozosa, la posibilidad de que alguien pudiera salir del sepulcro constituía, ante sus ojos, una amenaza. Si Juan resucitaba, vendría a vengarse de su verdugo. En su ignorancia –porque la frivolidad es ignorante–, Herodes no esperaba a un resucitado, sino a un zombi.
Así sucede cuando mezclas frivolidad con religión. Tienes creencias, pero vives sin Dios, porque ese dios al que rezas es un ídolo de bisutería. Y el miedo se apodera de ti. Porque, al final, ese frívolo que ha convertido a Dios en su mayordomo sigue temblando de miedo ante la muerte. Mal negocio.
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