De flechas y peonzas

Los niños ya no juegan con peonzas. Qué pena. Pero las peonzas no han desaparecido. Hay vidas que son como peonzas. Todo su misterio consiste en dar vueltas y vueltas sobre sí mismos: «Me duele aquí, me tratan mal, quiero esto, me molesta aquello…». Incluso, cuando rezan, siguen girando y girando hasta casi marear al buen Dios: «Concédeme esto, perdóname aquello, gracias por escucharme…». No es que esté mal esa oración; es muy necesaria. Pero si esa es toda su oración, la peonza no para de girar.

También hay vidas, como la de Juan Bautista, que son flechas; flechas disparadas por Dios hacia un blanco, que cortan el aire y no tienen más anhelo que alcanzar su meta.

Se va a llamar Juan. Demasiado tarde para ponerle nombre; la flecha ya había salido, y el propio Dios, al dispararla, la había nombrado. El mismo vientre materno se le volvía cárcel cuando, presintiendo al Cordero en el seno de María, saltaba en su interior deseando alcanzarlo. Juan es el modelo de quienes comienzan a existir con una misión asignada, y no se detienen hasta que la cumplen.

Realmente, Dios no creó peonzas, sino flechas. Pero hay flechas que se creen peonzas.

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