Cuídate, pero déjate cuidar

Hasta que cumplió los treinta años, Jesús trabajó junto a José, y fue conocido como «el hijo del carpintero». Ese tiempo tan precioso de la vida de Cristo, al que llamamos «vida oculta», es la clave que nos ayudará a entender sus palabras sobre la divina providencia:

No estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir… Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta.

Este discurso no es una invitación al descuido, ni se cumpliría renunciando a sembrar o a segar. Porque no somos pájaros, somos hombres. Y los hombres hemos sido creados para trabajar junto a Dios. San Pablo nos dice: Si alguno no quiere trabajar, que no coma (2Tes 3, 10).

A lo que nos invita el Señor es a no idolatrar los bienes materiales. Y nos previene contra ese cuidado excesivo y obsesivo del cuerpo y de las riquezas que las convierte en dioses.

Por tanto, ¿hay que cuidarse? Sí, pero con paz y confianza en el Señor. Porque, cuando nos cuidamos demasiado, Dios se cruza de brazos y nos dice: «Tú mismo».

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