Cuando te cambia la cara
Tiene su gracia el que aquel ciego de nacimiento, tras ser sanado por Cristo, resultara irreconocible para quienes habían vivido junto a él: Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?» Unos decían: «El mismo». Otros decían: «No es él, pero se le parece».
Es fácil de explicar. Unos ojos abiertos transforman el rostro, lo iluminan. A este hombre le había cambiado la cara.
Y eso es lo maravilloso. Era un hombre sencillo, no era teólogo. Ni siquiera sabía leer. Pero le había pasado algo. Y algo grande, porque había recuperado la vista. Le dijeron: «Da gloria a Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Contestó él: «Si es un pecador, no lo sé; solo sé que yo era ciego y ahora veo». Ahí queda eso. A ver con qué argumento haces que no haya sucedido lo que ha sucedido.
El gran problema de muchos cristianos es que no les ha sucedido nada con el Señor. Nunca se acercaron lo suficiente. Pero si tú te acercas a Cristo y te dejas sanar por Él, te cambiará hasta la cara. Y, entonces, tu testimonio será irrebatible.
(TCA04)