Cuando se haga la luz

Si ayer os hablaba del débil que se creía fuerte, hoy os hablo del ciego que cree que ve. Es decir, de nosotros. Encendemos la luz del dormitorio por la mañana y no tropezamos con los muebles. Salimos a la calle, vemos lucir el sol o caer la lluvia y, si viene un autobús, lo vemos llegar. Creemos que vemos, pero estamos a oscuras. Vemos sombras. La verdadera luz, que es el rostro de Cristo, no lo vemos. Estamos ciegos.

Les tocó los ojos, diciendo: «Que os suceda conforme a vuestra fe». Por un momento recobraron la vista, porque vieron a Jesús que sonreía. Después volvieron a casa a ver la tele y regresaron a las sombras. Hasta que el Señor vuelva.

Entonces tendremos luz. Según dice el Apocalipsis, ya no habrá más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará (Ap 22,5).

Hasta que ese día llegue, nos queda la luz de la fe, que es luz nocturna. Por ella ve el alma lo que escapa a los ojos. Ella nos guía al cielo entre las sombras de este mundo. Que os suceda conforme a vuestra fe.

(TA01V)

“Misterios de Navidad