Cuando no ves nada

La liturgia nos muestra a dos ciegos que fueron curados por Jesús. Y lo hace para que nosotros nos pongamos en el lugar de aquellos hombres, que gritaban: Ten compasión de nosotros, hijo de David.

Difícilmente podrás entrar en la piel de los dos ciegos si pasas el día mirando el teléfono móvil y viendo series de TV. Pero cuando te postras ante un sagrario y te quedas mirando… o cuando buscas la sonrisa de Dios en medio de la contrariedad… o cuando buscas el rostro de Cristo en la persona que te trata mal… entonces te das cuenta de que no ves nada. Porque la puerta del sagrario es nada; la angustia que te cubre son tinieblas; y el aspecto de quien te humilla es oscuridad.

Entonces miras al Cielo y gritas: Ten compasión. Necesitas luz para tus ojos, y esa luz tiene que venir de lo alto, porque tú estás ciego. Te trae consuelo el profeta: Pronto, muy pronto… sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos (Is 29, 17.18). Podrías volverte al teléfono móvil y a las series, pero prefieres quedarte mirando al sagrario, padeciendo la contrariedad y amando a tu enemigo hasta que amanezca.

(TA01V)