Cuando Dios nos amó hasta reventar

Con tanta naturalidad desplegó Jesús ante Nicodemo el misterio de la santísima Trinidad, que probablemente aquel fariseo ni se enteró de lo que oía:

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

¿No veis, tras esas palabras, a las tres divinas personas? Cuando Cristo dice «Dios» se refiere al Padre. Cuando dice «Unigénito» se refiere al Hijo. ¿Y el Espíritu Santo? ¿Detrás de qué palabra se oculta? Detrás de la más sublime: «Amó». Él es ese Amor.

Para consumo interno de las tres personas, el Padre ama al Hijo, y el Hijo ama al Padre. La corriente divina de Amor que fluye entre ellos es el Espíritu.

Pero el Espíritu se escapó hacia los hombres. Y tan fuerte fue su ímpetu, tanto amó el Padre a los hombres, que el Amor tiró del Hijo hacia la tierra y lo escondió en las purísimas entrañas de María. Más tarde, sobre la Cruz, el pecho del Hijo reventó, y el Espíritu se dispersó por la tierra llenando los corazones de los hombres. El alma en gracia, así unida a Cristo, es parte de la Trinidad.

(SSTRA)