Conságrate a la Consagrada
La Presentación de María en el templo es una consagración en toda regla. Ella, aún niña, según narra la tradición, se postra ante Yahweh y convierte en ofrenda de amor lo que recibió como don del Cielo. Toda aquella plenitud de gracia, todas las virtudes con que Dios la bendijo, se las entrega a quien se las dio. Y así queda consagrada, convertida en propiedad del Altísimo, en esclava del Señor.
El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y mi hermana y mi madre. Quien se ha consagrado a Dios no puede hacer sino su voluntad, porque ambas voluntades son ya una.
Hoy te animo a que te consagres a la Virgen. Es la manera más dulce de renovar esa consagración a Dios que es tu bautismo. Basta con que reces, cada mañana, esta oración:
«Oh señora mía, oh madre mía, yo me ofrezco enteramente a ti. En prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo tuyo, oh madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén».
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