Conocimiento luminoso

Seguramente, todos rezamos estos días la secuencia al Espíritu Santo. Y en ella pedimos: «Manda tu luz desde el cielo». Contemplemos esa luz.

Viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente. Con toda seguridad, estas palabras del Señor van referidas a la venida del Espíritu Santo al corazón del creyente. Y, en concreto, al don de sabiduría, que trae al alma la noticia de Dios, la dulzura de su Amor y el conocimiento de su gloria. El don de sabiduría nos permite «saborear» a Dios o, como dice el salmo, «gustar» qué bueno es el Señor (Sal 34, 9). Pero ese «claramente» no significa que hable con palabras inteligibles, sino que el Paráclito hablará del Padre con claridad, con luz.

He ahí la luz venida del cielo. Ella iluminará el alma, y hablará de Dios más que ninguna palabra humana. Porque quien recibe el Espíritu conoce lo inefable, y se llena de gozo en ese conocimiento como se alegra el joven enamorado mientras contempla el rostro sonriente del ser querido.

Lo curioso es que entonces, cuando más sabes de Dios, es cuando no puedes responder a la pregunta: «¿Quién es Dios?»

(TP06S)

“Tú, pecador