Cómo aprovechar los defectos ajenos

Si tan sólo tuviéramos un poco menos de vísceras, y un poco más de cabeza, los defectos de los demás, en lugar de servirnos de piedra de tropiezo, nos serían de gran ayuda para alcanzar la santidad.

Al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: «Págame lo que me debes». ¡Pobre necio! Le acaban de perdonar una deuda mil veces superior, y no consta ni siquiera que diese las gracias. Si, en lugar de enfurecerse y estrangular al compañero, hubiera pensado un poco, se habría dicho: «Mucho más me han perdonado a mí». Y hubiera sido clemente con su deudor y agradecido con su señor.

Cuando te digan que alguien ha robado, recuerda que le robaste al Señor tu vida.

Cuando sepas que alguien ha mentido, acuérdate de que tú mentiste a Dios en casi todos tus buenos propósitos.

Cuando pienses que te tratan mal, mira al Crucifijo y recuerda cómo has tratado tú al Señor.

Cuando alguien se te haga pesado, recuerda que Jesús cargó con tus culpas.

Créeme: los defectos ajenos pueden ser una gran ayuda. Basta con aplacar las vísceras, y usar la cabeza.

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