Brisa que refresca y fuego que devora

El Espíritu Santo es brisa, pero también fuego. Brisa cuando llega al alma, y fuego cuando brota de ella.

Cuando venga el Paráclito… dará testimonio de mí. Da testimonio de Cristo, porque trae al corazón la noticia del Amor de Dios, y así es todo dulzura, como una fresca brisa venida del cielo. Todo lo llena de vida y de luz, y el alma respira ese aliento como reciben los labios un beso tiernamente apasionado. ¡Qué delicia, acoger en lo más hondo ese soplo cariñoso de Dios!

Y también vosotros daréis testimonio. Pero esa noticia debe llevar al apóstol a salir a las calles, a abrir los labios y proclamar ante los hombres la dicha que ha recibido. Y ese testimonio es fatiga, persecución, muerte. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Entonces el Espíritu es fuego que devora, que incendia, que levanta a los hombres de su letargo y abrasa a muchos mientras enfurece a otros. Los mártires han muerto en esa hoguera.

Porque, si recibiéramos la noticia y no saliéramos a proclamarla, nos habríamos convertido en los carceleros del Espíritu. Líbrenos Dios.

(TP06L)