Bienaventurados los que se aventuran
Me alegré mucho cuando, en la nueva edición de los textos litúrgicos, eliminaron la palabra «dichosos» del texto de las Bienaventuranzas, y la cambiaron por la traducción más lógica y conocida: «Bienaventurados». En primer lugar, porque «dichosos» tiene, también, un sentido peyorativo («¡Dichosa máquina, siempre se atasca!»). Y, sobre todo, porque «bienaventurados» suena muy bien. Da la impresión de una aventura con final feliz.
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados…
Se trata, exactamente de eso: de una aventura con final feliz. Hay que ser aventurero para ser santo. El joven rico, por ejemplo, no era nada aventurero; era un conservador terrible, a quien se le pudrieron en la mano las conservas por no estar dispuesto a arriesgar la vida ni los bienes.
Para lanzarse a la pobreza, a la mansedumbre, a las lágrimas, al hambre, al perdón, a la persecución, a los trabajos… Es preciso un espíritu audaz, y una plena confianza en Dios. Porque es Dios quien garantiza que las penalidades de la aventura tienen, siempre, el final más feliz.
¡Bienaventurados, entonces, los aventureros!
(TOP10L)