¡Ay, padre!

«Ay, padre» –cuando un feligrés empieza con «ay, padre», me agarro a la silla–, «que ayer le estuve hablando de Dios a este amigo, y todo se lo dije mal. Seguro que le he alejado de Dios más de lo que estaba»… ¡Ay, hijo, qué bobo eres!

Aunque los que no hablan de Dios no tienen ningún «ay, padre» que decir. Como las piedras.

No os preocupéis de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir.

No tengáis miedo jamás de hablar de Dios. No penséis: «no estoy preparado, voy a equivocarme»… No quiero desanimaros, pero ¿en serio creéis que se enteran de lo que decís? Jajaja, poco después de ordenarme, cuando le dije a un compañero que tenía miedo de equivocarme en la predicación, me respondió: «¡No te preocupes! Si no te van a hacer ni caso». Ese consejo me ha liberado de muchos miedos.

Entonces, si no os van a hacer caso, ¿por qué hablar de Dios? Para que se den cuenta de que creéis, de que amáis, de que adoráis a Cristo. Eso es lo que se contagia. Después ya habrá tiempo de formarlos bien.

(TOP28S)