Amigos de nuevo

diez leprososMe gusta pronunciarlo despacio, cuando recurro a la Plegaria III: «Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad». Esa amistad entre Dios y el hombre, rota dramáticamente en el Edén, es el mayor de los dones con los que puede el Creador bendecirnos. Y su recuperación, por la ofrenda presentada en el altar, la mayor de las fiestas.

¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?

Diez leprosos fueron curados. Y nueve murieron. No murieron entonces, murieron más tarde: un infarto, un atropello, un cáncer, una caída… ¡qué sé yo! En todo caso, el único cambio en su vida fue la concesión de una prórroga, un tiempo extra antes de morir.

El décimo, sin embargo, se salvó. Y se salvó para siempre, porque, postrado ante quien lo sanó, se hizo amigo de Cristo. Y tuvo vida eterna.

Hazlo tú también. Tras recibir a esa Víctima «por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad», póstrate en acción de gracias al finalizar la Misa. No te marches como si nada hubiera pasado.

(TOC28)