Ahí hay un hombre que no dice «Ay»
Ahí hay un hombre que dice «¡Ay!». Normal, le están tirando piedras y una le ha dado en la cabeza. Cuando una piedra te da en la cabeza dices «¡Ay!». Y, si puedes, sales corriendo. Incluso algunos recogerían la piedra del suelo y se la devolverían al agresor, para que también dijese «¡Ay!». Todo eso es normal.
Lo que no es normal es que a uno le tiren piedras y, en lugar de decir «¡Ay!» diga, como Esteban: Señor Jesús, recibe mi espíritu (Hch 6, 59), mientras implora el perdón para sus agresores. Eso no es normal. Es una interrogación como la copa de un pino.
Un hombre que no dice «¡Ay!», sino que entrega su espíritu y perdona a sus verdugos es alguien que ha encontrado una alegría que nada ni nadie le puede arrebatar; ni las pedradas, ni los insultos, ni las privaciones ni la muerte. Es un hombre feliz.
Ésa es la alegría que Dios trae al hombre en Navidad. El cielo ha bajado a la tierra, y Cristo en la tierra se ha convertido en camino del cielo. ¿No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importa la tierra? (Sal 72, 25).
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