Para quien quiera verlo, Cristo resucitado nos muestra, en sus apariciones, cuál es el lugar privilegiado de encuentro con Él. Y ese lugar, en esta tierra, es la Eucaristía. El mismo que partió el pan para los de Emaús y compartió pescado y vino con los apóstoles en el Cenáculo aparece ahora en esa orilla misteriosa del Lago con un pez sobre unas brasas y pan.
Vamos, almorzad. El cielo en la tierra. Porque allí estamos, en el cielo, cada vez que acudimos al banquete pascual. La santa Misa es el descanso tras la fatiga. Se acabaron los trabajos, los cansancios, los fracasos… Has llegado a casa, te tengo la comida preparada, ven y come. Así deberíamos vivir cada Eucaristía, como un anticipo del descanso del cielo, como la entrada en la eternidad, en el Hogar. Mirando allí la Hostia, no le preguntamos quién es, porque sabían bien que era el Señor.
Pero seguimos en la tierra. Y, finalizada la celebración, tras dar gracias, volvemos al Mar, a la pesca, que es lo nuestro. A buscar almas para hablarles de Cristo. Porque, cuando volvamos de nuevo a Misa, el Señor nos dirá: Traed de los peces que acabáis de coger.
(TP01V)