Dice un refrán que «quienes duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición». En el caso de los matrimonios, eso está aún por demostrar. Algunos discuten hasta en el colchón. En otros se cumple, y la convivencia hace que se acaben identificando el uno con el otro hasta ser realmente uno. Pero hay un cochón en el que siempre se cumple el refrán.
Es el colchón más duro y, a la vez, más dulce de la tierra. En él se durmió el Señor entregando su Espíritu al Padre, y en él descansó de todas sus fatigas con los brazos abiertos, como esperando a quien con Él lo compartiese. A san Pablo, por ejemplo: Estoy crucificado con Cristo (Gál 2, 19). Nadie puede entender que la Cruz sea descanso salvo quien, como el Apóstol, se recuesta en ella enamorado.
El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Quien medita enamorado la Pasión de Cristo se recuesta con Él en la Cruz. Y de tal manera se identifica con los sentimientos de su corazón abierto, que ya sólo hace lo que ve hacer al Crucificado: perdona, se entrega, obedece y ama.
(TC04X)