Ayer hablábamos de los padres que piden por sus hijos, y me ha venido hoy a la memoria el recuerdo de una mujer. Se acercó a preguntarme si podía comulgar por su hijo; quería recibir la comunión dos veces, una por ella y otra por él. Tuve que responderle que aquello no era posible, que la comunión requiere un acto personal de amor.
Dije verdad. Pero también es verdad que Cristo ha muerto por mí, ha muerto para que mi muerte, unida a la suya, me llevase al cielo. Por ellos me santifico, para que sean santificados (Jn 17, 19).
Aquel día era sábado. No es casual que fuera en sábado cuando Jesús sanó a aquel paralítico que no podía sumergirse por sí mismo en las aguas de la piscina de Betesda. Porque fue, precisamente, en sábado cuando Jesús, sepultado en el jardín de José de Arimatea, se sumergió en las aguas de la muerte. «¿Tú no puedes bañarte en la piscina? Yo me bañaré en la muerte por ti, para que vivas».
No puedes comulgar por tus hijos, ni por tus amigos. Pero sí puedes santificarte por ellos. Une la entrega de tu vida al sacrificio de la Cruz.
(TC04M)