Cristo en su Pasión

marzo 2025 – Página 2 – Espiritualidad digital

El Jordán en que debes bañarte

Es conveniente, en Cuaresma, meditar la Pasión de Cristo. Pero esas páginas de los evangelios pueden contemplarse de dos maneras: desde la butaca y desde la arena. No es lo mismo.

A veces lo parece, porque, desde la butaca, con el cucurucho de las palomitas en una mano y el refresco en la otra, el relato de la Pasión te conmueve y empiezas a derramar lágrimas sobre las palomitas. Encima no puedes sacar el pañuelo para limpiarte porque tienes el refresco en la otra mano. Pero a ti no te pasa nada. Gimoteas: «¡Pobre Jesús!», y das otro sorbo al refresco.

Desde la arena, todo es distinto. Porque son tus manos las que empuñan el látigo, y también las que clavan a la Cruz las manos del Señor. Son tus pecados los que lo matan. Y lloras, pero de verdad. Y no te caben las palomitas en las manos, porque te has dejado crucificar con Él.

Muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio. Naamán fue curado bañándose en el Jordán. Tu Jordán es la Pasión de Cristo. Báñate en ella, no te quedes mirando la corriente.

(TC03L)

Si no te das la vuelta…

¿Qué diferencia una amenaza de una advertencia? Quien amenaza está dispuesto a hacerte un daño si no cumples lo que pide. Quien advierte quiere evitarte un daño con su aviso.

Hablando de los galileos asesinados por Pilato y de quienes murieron aplastados por una torre en Siloé, Jesús repite las mismas palabras; Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo.

El Enemigo te querrá hacer entender que Jesús está amenazando con la muerte a quien no se convierta. No le hagas caso. Jesús te está diciendo, con gran dolor, que vas camino de la muerte y que tienes que darte la vuelta para salvarte. Sus palabras son advertencia cariñosa.

Porque convertirte es eso, darte la vuelta. Vives de espaldas a Dios y mirando a las criaturas, vives pendiente de tus problemas y tus planes, tus urgencias y tus muchas ocupaciones. Apenas te acuerdas de Dios, si no es para pedirle que te ayude con «tus cosas».

«Tus cosas» se te van a caer encima si no te conviertes. Mira al cielo. Vive pendiente de la palabra de Dios y haz «tus cosas» con paz. Vive para el plan de Dios, en lugar de pedir que Dios viva para tus planes.

(TCC03)

El desengaño

Lo comentaba el otro día con mi vicario parroquial: Cada vez más gente está volviendo a la Iglesia, y no vuelven movidos por el fervor, sino por el asco. Se han cansado del mundo, han descubierto la trampa oculta en el ídolo de este siglo, han experimentado el vacío con que paga a los suyos y se han desengañado. Están asqueados. Y, al volver la vista atrás, reconocen en la Iglesia el hogar paterno del que nunca debieron alejarse, y en la mesa de los hijos de Dios el único alimento que los puede saciar.

Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Se levantó y vino adonde estaba su padre. ¿Qué movió al hijo pródigo a volver a la casa de su padre? No fue la compunción, ni el amor. Fue el asco. El asco de aquellas algarrobas, de la compañía de los cerdos, de la suciedad que cubría su cuerpo.

Lo peor es acostumbrarse a la inmundicia; que un hombre no quiera salir de la piara para llegar a Casa, y que toda su oración consista en pedir más algarrobas. Qué lástima, entonces.

Concédenos, Señor, no perder jamás la nostalgia del cielo.

(TC02S)

La mansedumbre y la dignidad

La mansedumbre es una de las virtudes más despreciadas. Para muchos, ser mansos como corderos supone perder la dignidad. Aunque donde dicen «dignidad» deberían decir «orgullo». Pero no lo dicen, dicen «dignidad». «¡Venga, padre! ¿De verdad me está sugiriendo que me deje ofender, que no me defienda, que siga sonriendo mientras me abofetean? ¡Tengo mi dignidad!»

Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: ‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron.

Era de Sí mismo de quien hablaba Jesús. Y de cómo se dejaría escupir, se dejaría azotar, se dejaría coronar de espinas y se dejaría matar sin oponer resistencia. Mientras lo acusaban injustamente, no se defendió. Dejó toda defensa en manos de su Padre, quien hizo que la piedra desechada por los arquitectos fuera convertida en piedra angular. ¿De verdad pensáis que Cristo, en su Pasión, perdió su dignidad?

No. La mansedumbre no supone perder la dignidad. La mansedumbre consiste en ser revestido con la dignidad de Cristo crucificado, Rey que reina desde el trono de la Cruz.

(TC02V)

El verdadero banquete

Solemos referirnos a ella como la «parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón». Lo de Epulón nos lo hemos inventado, ese nombre no aparece en el Evangelio. Pero, como rima con «opulencia», bien está…

… O no. Yo quiero poner en cuestión todo el concepto. ¿Quién era, realmente, el pobre, y quién era el rico? Porque comer langostinos y beber Macallan, contra lo que muchos piensan, no es sinónimo de riqueza:

Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.

He ahí el verdadero banquete, del cual el pobre Epulón no probó bocado (me temo que sus hermanos tampoco). La riqueza de Lázaro es Dios, son las Escrituras, es el favor del cielo. Y deberían ser, también, nuestras riquezas y nuestro banquete en esta Cuaresma.

Su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche (Sal 1, 2).

Y es que, a pesar las apariencias, no estamos llamados a pasar hambre en Cuaresma, sino a sentarnos a un banquete y saciarnos del mejor alimento, la mejor comida y la mejor bebida. Pasamos hambre en el cuerpo para saciar el alma. Que más vale cuerpo hambriento y alma saciada que cuerpo saciado y alma enflaquecida.

(TC02J)

La santa coma

La coma, en los santos, es muy importante. Por ejemplo: San Isidro, coma, labrador. O mi santo patrón: San Fernando, coma, rey. Y es que detrás de la coma está la clave de la santidad. San Isidro se santificó arando el campo para Cristo y san Fernando gobernando España para Dios.

La coma, en la solemnidad de san José, es crucial: San José, coma, esposo de la bienaventurada Virgen María. Porque José camina por el Evangelio de la mano de su santísima esposa. Hasta san Mateo, al hablarnos del joven patriarca, respeta la santa coma:

José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

Y es que José amó a María con amor de joven enamorado, se turbó ante la noticia de su misteriosa gravidez, protegió, tras conocer en sueños su vocación, la virginidad de su esposa aun a costa de sus propias pasiones, y murió con ella a su lado. ¡Qué santidad más dulce!

De san José aprendemos a amar a la Virgen, pero también aprendemos silencio, vida interior, obediencia, humildad, castidad… y todo ello, sin abrir la boca. ¡Qué maravilla!

¡Bendito san José! Ningún santo acuñó, detrás de su santa coma, un tesoro más hermoso.

(1903)

El buen camino

Dice el salmo de la Misa: Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios (Sal 49, 23).

Porque hoy el evangelio muestra dos caminos: el de los fariseos y el de la Cruz.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas. Qué ridículos somos, ante los ángeles, cuando tomamos el camino de la apariencia y la vanidad. Nos plegamos a las expectativas de los hombres, queremos ser bien vistos por ellos, ser tenidos por buenos y ensalzados como «gente influyente»… Desde el cielo nos miran como se miraría a un niño pintándose un bigote y calzando los zapatos de papá. ¡Pobres de nosotros!

El primero entre vosotros será vuestro servidor. El primero entre nosotros, Aquél cuyo rostro resplandeció de gloria en el Tabor, pende ultrajado de una cruz y se tiende en el altar como alimento y ofrenda. Mientras tanto, nosotros seguimos queriendo caer bien y ser populares. Es decir, alejándonos de Él.

Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios (Sal 49, 23).

(TC02M)

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