Es conveniente, en Cuaresma, meditar la Pasión de Cristo. Pero esas páginas de los evangelios pueden contemplarse de dos maneras: desde la butaca y desde la arena. No es lo mismo.
A veces lo parece, porque, desde la butaca, con el cucurucho de las palomitas en una mano y el refresco en la otra, el relato de la Pasión te conmueve y empiezas a derramar lágrimas sobre las palomitas. Encima no puedes sacar el pañuelo para limpiarte porque tienes el refresco en la otra mano. Pero a ti no te pasa nada. Gimoteas: «¡Pobre Jesús!», y das otro sorbo al refresco.
Desde la arena, todo es distinto. Porque son tus manos las que empuñan el látigo, y también las que clavan a la Cruz las manos del Señor. Son tus pecados los que lo matan. Y lloras, pero de verdad. Y no te caben las palomitas en las manos, porque te has dejado crucificar con Él.
Muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio. Naamán fue curado bañándose en el Jordán. Tu Jordán es la Pasión de Cristo. Báñate en ella, no te quedes mirando la corriente.
(TC03L)