Cristo en su Pasión

29 marzo, 2025 – Espiritualidad digital

Los que no están preparados

Dedicado a quienes «no están preparados» para confesarse; quienes «no están arrepentidos»; y quienes piensan que «para qué confesarse, si lo van a volver a hacer». Luego están quienes «no tienen pecados», pero a ellos les dedicaré unas palabras al final.

Examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de enmienda… Son requisitos para acercarse a confesar. Muy bien. Pero…

Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre. Este joven se los saltó todos. Su decisión de volver al hogar paterno no estuvo motivada por un reconocimiento de su pecado, sino porque tenía hambre. No parece que le doliera el sufrimiento que causó a su padre; le dolía más el estómago que la conciencia. Y, en cuanto a su deseo de enmendarse… en fin, ya veríamos.

Sin embargo, su padre lo recibió con los brazos abiertos. Estoy convencido de que ese recibimiento fue mucho más eficaz que el hambre para ablandar el corazón del hijo.

Mira, ahora en serio: no quieras estar tan «preparado». La confesión es para pecadores, no para santos. Realmente, lo único que hace falta para confesar es tener pecados. Déjale lo demás al sacerdote.

En cuanto a quienes no los tienen… ¡Pobre hijo mayor!

(TCC04)

Parábolas en paralelo

parábola del fariseo y el publicano¿Os habéis dado cuenta de la similitud que hay entre la parábola del fariseo y el publicano y la parábola del hijo pródigo? Fijaos bien, y veréis que, en el fondo, se trata de los mismos personajes.

¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador. Como el hijo pródigo a su padre, este publicano le está pidiendo a Dios que no lo mire como juez, que lo mire con la lástima con que un padre mira a su hijo roto. «No mires mi pecado, mira, más bien, cómo me ha dejado y cómo vengo a ti».

¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. Como hizo el hijo mayor con el pequeño, el fariseo mira a su hermano por encima del hombro, lo juzga y lo condena. Y, también como aquel hijo que se jactaba de no haber desobedecido nunca una orden de su padre, así el publicano se jacta de su conducta.

Dios mira con lástima a los dos hijos. Pero sólo uno de ellos sale perdonado. Y la culpa no es de Dios.

(TC03S)

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