Desde que trato con monjas, he hecho mía esa forma tan suya de agradecer las cosas: «Dios se lo pague». Me gusta, es mucho mejor que decir «gracias». Porque «gracias» puede significar muchas cosas, o no significar nada. Pero «Dios se lo pague» es una oración elevada al cielo que pide la mejor recompensa.
No condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará. La segunda parte de cada mandato es una recompensa venida del cielo, un «Dios os lo pagará». Y conviene que lo sepamos, porque no vendrá de los hombres el salario, sino de Dios.
Si somos misericordiosos como Cristo; si no juzgamos ni condenamos; si perdonamos como Él perdona… aquí, en la tierra, nos juzgarán, nos condenarán y, probablemente, no nos lo perdonarán. Correremos la misma suerte que corrió Él.
Quizá la única excepción sea la última promesa. Dad y se os dará. Si, en esta tierra, damos, se nos dará… hasta en el carnet de identidad.
A cambio, será Dios quien nos dará esa medida generosa, colmada, remecida, rebosante, cuando se abra el costado de su Hijo y derrame la sangre y el agua sobre quienes están unidos a su Cruz.
(TC02L)