Cristo en su Pasión

15 marzo, 2025 – Espiritualidad digital

Un rostro, un monte, tres tiendas

El rostro de un recién nacido siempre dice «Dios». Pero, conforme crece, el rostro va diciendo Juan, Alberto, Yolanda o Macarena. El rostro es la ventana abierta al alma y el caño por el que se desborda el corazón. No todos saben leer los rostros; hay quienes nunca miran a la cara. Pero el rostro de una persona habla más que todas sus palabras. Hay rostros herméticos de muertos en vida, y rostros luminosos por los que escapan las claridades del espíritu.

Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro (Sal 28, 8-9). Buscamos un rostro, anhelamos la contemplación del rostro de Dios, porque ese rostro es la belleza suma.

Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió. Pedro, Santiago y Juan no querían bajar del Tabor. Aquella hermosura era el cielo en lo alto del monte.

Poco después, Pilato mostró al mundo un rostro lacerado y humillado. ¿Reconocerían en aquel rostro cubierto de esputos y ultrajes la misma belleza que contemplaron en el Tabor?

Si no apartas por asco la mirada, busca sus ojos y la reconocerás. Y entenderás por qué, en el Gólgota, hicieron tres tiendas María, Juan y Magdalena.

(TCC02)

Mirando a quién

Si ayer fue el pleitos tengas y los ganes, seguimos hoy con la sabiduría popular. Porque un refrán castellano dice: «Haz el bien y no mires a quién».

Podría pensarse que este refrán condensa la sabiduría del sermón de la Montaña: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

Sin embargo, «haz el bien y no mires a quién» no es el mejor resumen de las palabras del Señor. Porque Él no se tapó los ojos para amarme, no me redimió sin mirarme a la cara.

Lo más sobrecogedor de la Pasión es que Cristo amó al enemigo con los ojos abiertos, mirándole de frente. Conocía toda la ponzoña acumulada en el corazón de Judas y, clavando en él sus ojos, le lavó los pies. «Sé quién eres» –le decía con la mirada–, «sé quién eres y te amo».

Conmigo –y contigo– ha hecho lo mismo. Ha conocido mi pecado y no ha sentido asco de mí. Me ha amado en mi miseria. Me ha hecho el bien mirando a quién.

(TC01S)

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