Como el caminante mantiene su mirada en el Norte para no errar el camino, así nosotros, desde el comienzo de la Cuaresma, mantenemos la mirada en la Cruz. Hacia ella nos dirigimos, porque ella es la consumación de un Amor y la puerta de una Vida.
Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga.
Y es que la Cruz es el momento de la Verdad; así, con mayúscula. Porque allí Cristo está desnudo y empobrecido. Las multitudes que lo siguieron buscando sus milagros, al pie del Calvario se retiraron y no volvieron. ¿Qué iba a hacer por ellos un Mesías ultrajado, al borde de la muerte? Sólo quienes amaban a Cristo por sí mismo, no por sus dones, llegaron, con Él, a lo alto del Gólgota.
El Crucifijo se alza sobre el Monte como un enorme interrogante: ¿Tú estás dispuesto a renunciar a los dones de Jesús y quedarte con el Cristo desnudo de la Cruz? ¿Estás dispuesto a perderlo todo salvo a Él?
Por eso ayunas y das limosna, para ir perdiendo. Por eso te entregas a la oración, para ir ganando. Aprende a amar.
(TCOJ)