«¿Y por qué me voy a confesar yo? ¡Si no tengo pecados!»
Quien no tenga pecados no se acerque hoy a recibir la ceniza, no lo necesita. O quizás necesita, primero, examinarse mejor.
Porque el rito de la ceniza es la plasmación de un «lo siento».
Lo siento, Señor, porque te he fallado y te he ofendido. Lo siento, porque he hecho daño a mis hermanos. Lo siento, porque he defraudado a tu Amor.
No tendría sentido recibir la ceniza sobre la cabeza si el corazón no está encogido por la contrición y abrumado por el arrepentimiento.
A lo largo de los próximos cuarenta días, expresaremos ese arrepentimiento a través del ayuno, quitándonos un poco a cambio de lo mucho que nos dimos; a través de la oración, acercándonos a Aquél de quien, por el pecado, nos alejamos; a través de la limosna, devolviendo a los demás una parte de lo mucho que les quitamos.
Y entonces la Cuaresma será un tiempo de verdadera renovación interior, una purificación del corazón a través de esa muerte que da paso a una vida, un abrazo al Crucificado que nos bañará en su sangre para que amanezcamos, limpios y resucitados, a la Pascua.
(TC0X)