Tras la marcha del joven rico, Jesús quedó triste. Aquél a quien había amado se había dado la vuelta y había rechazado su Amor. ¡Cómo se aflige el corazón de Cristo cuando los hombres nos negamos a dejarnos querer por Él!
Pedro se percató de la tristeza del Maestro, y quiso consolarlo: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Lo decía en serio. Realmente lo había dejado todo por Jesús. Su trabajo, su familia, sus planes, su vida… ¡su suegra, pobrecita! No le quedaba nada… salvo el propio Jesús. Él era ahora su riqueza.
Jesús respondió con una promesa maravillosa: No hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones– y en la edad futura, vida eterna. Se le olvidó prometerle también cien suegras, no sé por qué.
Bromas aparte, ahora te toca a ti. Has recibido mucho, has sido muy amado. ¿Le podrías decir al Señor que has dejado todo por Él? ¿A qué has renunciado?
(TOI08M)