El pasaje del «joven rico» aparece en los tres evangelios sinópticos. Pero sólo san Marcos nos ofrece un detalle que marca la escena por completo. Cuando el joven confiesa a Jesús que ha cumplido los mandamientos, Jesús se quedó mirándolo, y lo amó.
No lo amó porque cumpliera los mandamientos. Además, probablemente era mentira. No en vano dice la Escritura: Absuélveme de lo que se me oculta (Sal 18, 13). Jesús lo amó porque lo amó, simplemente. Como nos ama a ti y a mí.
Uno podría quedarse contemplando esa mirada, esos ojos enternecidos del Maestro, esa sonrisa, esa mano sobre el hombro del muchacho… No entenderemos el Amor de Cristo hasta que no nos sepamos mirados por Él con semejante dulzura. Creo, sinceramente, que la aventura de la oración consiste, en gran parte, en dejarnos mirar por Jesús.
Si aquel joven se marchó triste fue, probablemente, porque bajó la cabeza para evitar que esa mirada le robase lo que no quería entregar: el corazón. ¡Es tan fácil darle todo al Señor cuando nos dejamos mirar por Él! Y es que Jesús no pide primero y ama después; ama primero y, cuando recibes ese Amor, sientes deseos de entregárselo todo.
(TOI08L)