Evangelio 2025

enero 2025 – Espiritualidad digital

Hora de levantarse

La Navidad terminó ayer. Y, hasta ayer, ese Jesús que contemplábamos recostado en un pesebre parecía decirnos: «Venid a mí». «Venite, adoremus»… Y fuimos, junto a los pastores y los Magos, a postrarnos ante Él para rendirle el homenaje de nuestra adoración.

Hoy comienza el Tiempo Ordinario. Y el mismo Jesús, ya crecido, bautizado por Juan en el Jordán, se ha puesto en pie, ha comenzado su vida pública y nos dice: Venid en pos de mí. Deberemos levantarnos nosotros también y encaminar nuestros pasos en pos de los suyos.

Realmente, todo esto no es sino la historia de un día normal en la vida del cristiano. Comienzas el día y Jesús te dice: «Ven a mí». Te recoges en oración, acudes –si puedes– al sagrario y comienzas la jornada postrado ante su presencia, llenándote de Dios y del gozo de su Amor. Pero de poco provecho te sería esa oración si, después, no te levantas y caminas en pos de Él hacia la Cruz, porque hay que entregar la vida y el día que ha comenzado es parte de esa vida.

Luego, desde el Calvario, Jesús volverá a decirte: «ven a mí». Y descansarás en paz recostado en Él.

(TOI01L)

“Evangelio 2025

¡Hijos de Dios!

No debería haberme impresionado, pero, cuando un sacerdote amigo me lo contó, me impresionó. Estaba consagrando el pan durante la misa y escuchó dentro de él, con toda claridad, estas dos palabras: «¡Hijo mío!». A él tampoco le debería haber impresionado, pero casi tuvo que interrumpir la consagración.

«¡Hijo mío!»… Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco. Son palabras dichas por el Padre al Hijo. Pero, por eso mismo, eran también palabras del Padre dirigidas al sacerdote desposeído de su persona que actuaba «in persona Christi Capitis». Aquel sacerdote se sintió tremendamente amado, amado como hijo único. Lo era.

Es la gracia bautismal la que nos hace hijos de Dios. La belleza de esa gracia es desconocida para muchos. También muchos olvidan que somos concebidos en pecado, que nacemos muertos y entregados al Príncipe de este mundo. Y cuando el agua empapa el alma, la inmundicia de aquella culpa desaparece, y es el alma embellecida con las joyas y las perlas compradas a precio de la sangre de Cristo. Tan hermosa queda, que el propio Dios viene a habitar en ella.

Jamás –¡Jamás!– entregues ese tesoro celestial al Enemigo a cambio de la paga miserable del pecado.

(BAUTSRC)

“Evangelio 2025

Para que les sirva de testimonio

leprosoTras sanar al leproso, le dijo Jesús: Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación según mandó Moisés, para que les sirva de testimonio.

No se trataba sólo del cumplimiento de un precepto mosaico. Era una auténtica epifanía. Aquel leproso curado milagrosamente sería, ante los sacerdotes, manifestación de la divinidad de Cristo.

Epifanía deberían ser, también, nuestras vidas. Epifanía para nosotros mismos, epifanía para quienes nos rodean. No conozco, querido lector, tu historia; pero seguro que, si la repasas, encuentras en ella lo mismo que yo en la mía. Repaso mi historia desde la niñez y veo un auténtico milagro, algo inexplicable que sólo puede venir del cielo. ¿Cómo pudo Dios, del niño que yo era y del joven que fui, crear un sacerdote? ¿Cómo ha podido mantenerlo en el ministerio durante treinta años? ¿De dónde ha brotado esa alegría que llena mi alma, y que no es de este mundo? Mi vida me resulta inexplicable si el Cristo a quien amo no es Dios.

Lamento que, ahora, la palabra «testimonio» se entienda como un discurso pronunciado ante un público enfervorizado. Testimonio es, sencillamente, la felicidad de un cristiano. Es testimonio y es epifanía. No es preciso explicar más.

(1101)

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Un río de Amor y de Vida

Se acerca la fiesta del Bautismo del Señor, y contemplaremos el cumplimiento de la promesa del profeta proclamada por Cristo en la sinagoga de Nazaret:

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Y así veremos, sobre el Jordán, al Espíritu en forma de paloma ungiendo al Hijo de Dios.

Israel ungía con aceite a profetas, sacerdotes y reyes. Pero ¿qué necesidad tenía quien es, por excelencia, el Ungido de Yahweh, de recibir aquella unción? ¿Acaso no la poseía desde el principio?

Es como preguntar qué necesidad tenía la Virgen de recibir al Espíritu en Pentecostés. Por supuesto, Jesús es el Verbo, el Ungido desde el principio. Pero esa unción no es como la de los antiguos profetas, quienes recibían una vez el aceite sobre sus cabezas. La unción de Cristo es permanente, el Padre está siempre derramando el Espíritu sobre el Hijo, como el Hijo está siempre entregando el Espíritu al Padre. En el Jordán, por un instante, se vio lo que eternamente sucede.

Del Padre al Hijo, y del Hijo a las almas en gracia. Es un río de Amor y de Vida que nos llena de Dios. Terminaremos la Navidad repletos de cielo.

(1001)

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Lo creo, pero ¿me lo creo?

Me lo dijo un hombre barbado durante unos ejercicios espirituales. Se acercó con la cara de quien ha descubierto la fórmula de la gaseosa. «¡Padre! ¡Que es verdad! ¡Que el Señor me ama! ¡Pobre ignorante, le he engañado!». Este hombre, a lo largo de su vida, habría escuchado cientos de veces que Cristo lo amaba. ¿Entonces, a qué venía eso? Venía a que, por primera vez, se lo había creído.

Yo me froto los ojos muchas veces. Me pregunto si, en lo profundo del alma, me lo he creído. Estoy rodeado de signos del Amor de Jesús, mi vida entera está cubierta por mil muestras de cariño venidas del cielo. Pero ¿me lo he llegado a creer, de verdad? En ocasiones pienso que, si realmente lo creyese, no temería nada, ni de la vida, ni de la muerte. ¿Acaso no dice san Juan que el amor perfecto expulsa el temor (1Jn 4, 18)?

Ánimo, soy yo, no tengáis miedo. Necesito escuchar estas palabras una y otra vez. Porque, como los apóstoles, sigo temblando de miedo tantas veces.

Me refugiaré, como niño, en el abrazo de la Virgen. Ese abrazo es la mejor noticia del Amor que Cristo siente por mí.

(0901)

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Comiendo a besos el Pan

Nacido en Belén, fue Jesús recostado en un pesebre. Bet-lehem, significa «casa del pan». El pesebre es el lugar donde comen las bestias.

Quiso Dios que fuera así. Porque en bestias, y menos que bestias, nos convirtieron nuestros pecados. Y Dios, al vernos tan humillados, quiso alimentarnos con un pan que devolviera la vida a las almas que el pecado había sumido en la muerte.

Comieron todos y se saciaron. Los panes que Jesús multiplicó saciaron los cuerpos. Pero el propio cuerpo de Jesús, oculto bajo apariencia de pan, saciará nuestras almas.

«Este niño está para comérselo», oigo a una madre decir de su bebé. «Me lo comería a besos». Y pienso, en Navidad, que al comulgar me como a besos al Niño Dios. Está más rico que el mejor pedazo de pan, porque fue cocido durante nueve meses en el horno más sagrado: el vientre purísimo de la Virgen. Ella lo pone en mis manos en cada misa y, mientras, recién llegado, lo alzo ante el pueblo, lo miro pensando: «Te comería ya mismo». Pero debo esperar.

El altar es nuestro Belén, nuestra casa del Pan. Y allí, quienes éramos bestias somos saciados con el Pan de los hijos.

(0801)

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La magia de los Magos y el médico de Dios

¿Por qué en España los llamamos magos, si no hacían magia? Dicen que no eran magos, ni llevaban varita, ni bola de cristal, ni decían abracadabra. Que eran astrónomos, o sabios, yo qué sé.

Yo creo que eran magos, con cofres en lugar de varitas y tedeums en lugar de abracadabras. Porque, de ayer a hoy, el Niño ha crecido y tiene barba. Algo habría en esos cofres.

Le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Fíjate, ayer no levantaba dos palmos del suelo, y hoy ya es Médico. Así, con mayúscula. Es el Médico de Dios. Y las multitudes de enfermos se arremolinan en torno a Él, buscando huir de la muerte en que los había sepultado el pecado.

Aunque todo será distinto cuando esas multitudes descubran que aquellas curaciones no eran sino signos, anuncios de la verdadera sanación que Cristo trae al mundo: la del pecado.

Porque todos los ciegos quieren ver. Pero no todos los pecadores quieren ser sanados. La lumbalgia que me la quiten; pero a mi soberbia la quiero conmigo.

Nosotros, pecadores, buscaremos en Él el perdón. Aunque el catarro lleve dos meses pegado a nosotros.

(0701)

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