Es una paradoja de ésas que hacen estremecer. Esperamos en Adviento a la Palabra y, cuando venga, muchos recibirán silencios. Silencios de la Palabra. Silencios que deberían ser escuchados.
Ante la insolencia de los sumos sacerdotes, que le exigían a Jesús explicaciones pero se negaban a abrir su corazón ante Él, el Señor responde con un silencio:
Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.
Ante ellos callará también cuando lo juzguen en el Sanedrín. Y callará ante Herodes, y se negará a realizar el signo que le pidan los fariseos.
Hay una oración que no recibe de Dios otra respuesta que el silencio: es la oración del soberbio, de quien pide cuentas al cielo o exige favores a Dios como si tuviera derecho a ellos. Ese silencio del Señor no significa indiferencia ni desprecio, porque nadie le es indiferente a Cristo y a nadie desprecia el buen pastor. Ese silencio es una palabra poderosa que requiere ser escuchada, y que yo traduzco en estas líneas como puedo:
«Puesto que tan fuerte eres, auxíliate tú mismo. Cuando sepas que eres débil y me pidas ayuda desde tu debilidad, te responderé».
Sí. En ocasiones, Dios se cruza de brazos.
(TA03L)