Hay una alegría secreta –un secreto a voces– en el corazón de Cristo mientras cuelga de la Cruz. Es la alegría de un abrazo lleno de dolor y consuelo, un gozo bañado en lágrimas que compensa todos los padecimientos del camino recorrido hasta llegar a él.
Si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
El Verbo divino dejará en el cielo a los ángeles y vendrá a la tierra en busca del hombre, su oveja perdida. En busca de ti. Y, aunque esa búsqueda lo lleve a adentrarse en la pobreza de Belén y en la fetidez de un establo, para seguir camino hasta las angustias y el oprobio de la Cruz, el Pastor se alegrará de haber encontrado a su pequeña.
Cuando, dentro de unos días, lo veas postrado en el pesebre de Belén, escucha cómo te dice: «¡Qué alegría verte! He venido aquí a por ti». Y lo mismo dirá después desde la Cruz, cuando, sumergido en el dolor que te rodea y la muerte que te acosa, manchado con los pecados que te condenaron, te diga entre lágrimas: «¡Qué alegría encontrarte!».
(TA02M)