Pediste ser curado de una enfermedad, y el Señor te lo concedió. Me alegro por ti, pero no vayas a creer que por ello estás más cerca del cielo; ha sido el cielo quien te acarició, tú sigues donde estabas. Incluso aunque hubieras visto a la Virgen santísima, no por eso eres más santo. Agradécelo, recibiste un don grande. Ahora, ¿podrás estar a la altura de la bendición otorgada?
Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Bartimeo era ciego, pero no tonto. Se dio cuenta de que el verdadero tesoro no eran los favores de Cristo, sino el propio Cristo. Tras recobrar la vista, deseó mucho más. Porque con los dos ojos sanos puedes ser arrojado al infierno, pero abrazado a Cristo ya estás salvado; Él es el cielo.
Conocí a un hombre que, tras años de increencia, comenzó a asistir a Misa diariamente para pedir al Señor que le ayudara a encontrar trabajo. En dos semanas estaba contratado. No volví a verlo en la iglesia.
No caigas en la tentación de valorar los dones de Dios más que al propio Dios. Recuerda que, aunque Dios te negara sus dones, teniéndolo a Él lo tienes todo.
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