La Resurrección del Señor

9 noviembre, 2024 – Espiritualidad digital

¡Hagan juego!

«Mire, padre, yo mucha fe no tengo. Pero vengo a Misa todos los domingos porque, al fin y al cabo, son cuarenta y cinco minutos. Y confieso por Pascua porque tampoco me cuesta mucho hacerlo. Si todo esto del cristianismo es verdad, el cielo me sale barato. Y, si es mentira, tampoco he perdido tanto»… Me quedé de una pieza.

Pensé en una religiosa de clausura. Si todo esto es verdad, ha gozado del cielo en la tierra y consumará su gozo en la eternidad. Pero, si esto es mentira, lo ha perdido todo. Y lo mismo puedo decir de unos padres de familia numerosa que por Dios se han abierto a la vida… ¡O de mí! Si todo esto es mentira, mi vida es mentira.

Los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

Realmente, ni la Iglesia es un casino, ni esto es un juego. Aunque sólo cuando entregas todo te das cuenta de que «todo esto» es la Verdad que sostiene y llena de Amor y gozo tu vida.

Pero si has decidido no apostar más que cuarenta y cinco minutos… Ojalá tengas suerte.

(TOB32)

Morada de silencio

Celebramos hoy la dedicación de la basílica de Letrán, y es inevitable llevar los ojos a lo profundo del alma, al templo más sagrado que tiene Dios en la tierra. Porque, del mismo modo que la presencia de Cristo en el sagrario consagra el templo de piedra, así la presencia del Espíritu Santo consagra el alma en gracia y la convierte en tabernáculo, en reino de Dios, en cielo.

Pero esa callada presencia del Paráclito en el alma, mientras vivimos en esta carne mortal, nunca es pacífica.

Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

Cualquier párroco me entenderá. Ahora estoy en una parroquia nueva, y aún no me atrevo a levantar la voz; todo llegará. Pero, en la parroquia en la que he vivido veintidós años, pasaba buena parte del tiempo mandando callar a quienes se saludaban y hablaban en voz alta en el lugar sagrado (era muy divertido, echo de menos esas cariñosas reprimendas). También en mi alma, muy especialmente, tengo que empuñar el látigo todos los días y aplicar una santa violencia a los ruidos que me apartan de la presencia de Dios. En este mundo no hay paz sin guerra.

(0911)

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