Estamos en noviembre, y en noviembre la Iglesia considera las verdades eternas: muerte, juicio, cielo, purgatorio… e infierno. No hay que tener miedo a meditar sobre el infierno. Además, conviene, porque hay mucha confusión acerca de la suerte de quienes se condenan.
¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Fijaos en esa oveja perdida, porque tiene mucho que ver con el drama de la condena. La Iglesia nos enseña que la perdición eterna es una posibilidad real para cada uno. Morir de espaldas a Cristo es condenarse, y cualquiera podemos decir «no». Afirmar que el infierno no existe es una herejía, y decir que está vacío una temeridad. Pero tampoco podemos decir que está lleno. La Iglesia canoniza a muchos, pero no condena a nadie. Como Cristo.
¿Entonces? Entonces la Iglesia no da por perdida a ningún alma. Como el buen pastor, las busca hasta el último momento, ora por cada una sin descanso. Y no deja de esperar que, por esa oración, todos los hombres acojan a Cristo antes de morir, todas las almas se salven.
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