La parábola de los invitados al banquete está protagonizada por un hombre que no es como los demás. Si a cualquier mortal, tras preparar un banquete, le fallan los invitados, se come lo que pueda con su familia, congela el resto para comerlo después, y se queja de unos invitados desagradecidos que le han plantado. Pero a nadie se le ocurre salir a las calles y suplicar a los pobres que entren a comer, como si le estuvieran haciendo un favor…
… Salvo a Dios. Cuando los hombres le dieron la espalda, envió a su Hijo para que invitase a los mortales al banquete del cielo. Y cuando los hombres se volvieron contra el Hijo y lo mataron, el propio Cristo, con su sangre, nos pagó la entrada del banquete y con su cuerpo llenó las mesas de alimento espiritual. Desde luego, quien no va al cielo es porque no quiere. ¡Qué gran injusticia, culpar a Dios de la suerte de quienes se condenan!
¿Por qué hizo aquello? ¿Para que no se echase a perder la comida? ¡No! Hizo aquello porque te ama. A ver si te enteras. ¿A qué esperas para confesar y acudir al banquete de tu Padre?
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