La Resurrección del Señor

2 noviembre, 2024 – Espiritualidad digital

Por este orden

Muchos que se proclaman agnósticos, sin embargo, admiran a figuras veneradas por la Iglesia como santa Teresa de Calcuta, quien dedicó su vida a los más pobres y abandonados. Muchas de esas personas también dicen: «Yo no creo, pero admiro a los misioneros que lo dejan todo y se van a servir a los pobres».

Bueno es que los admiren. Pero alguien debe explicarles de dónde procede esa entrega generosa. Ni Teresa de Calcuta habría podido hacer lo que hizo, ni hubiesen podido los misioneros abandonar cuanto tenían si no hubiese latido dentro de ellos un corazón enamorado de Dios. Hay cosas que no se hacen ni por todo el oro del mundo. Sólo por Dios se llevan a cabo.

Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser… Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Por este orden. Teresa de Calcuta pasaba horas ante el Santísimo cada mañana, antes de entregarse a los pobres. Porque el cristianismo comienza con un profundo amor al Dios manifestado en Cristo.

Por eso… ¿te cuesta amar al prójimo? Reza más, ama más a Dios, y amarás más a tus hermanos.

(TOB31)

No se turbe vuestro corazón

Escucho a muchos que me dicen: «Padre, no tengo miedo a la muerte. Sé que me espera Dios». Les creo, y secretamente los envidio, porque a mí la muerte me produce pánico. Es que la muerte es fea, muy fea. Se nota que es nieta del Demonio; por él vino el pecado, y el pecado engendró la muerte. Por eso Jesús, quien sudó sangre y experimentó angustia antes de morir, dijo a los suyos: No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí.

Creed… creed… La fe es la única fuerza capaz de reconciliarnos con la muerte. Porque la muerte, como ayer os decía del cielo, no está sólo al final de camino, sino que nos acompaña a cada paso. Disgustos, enfermedades, cansancios, humillaciones… sufrir no es sino morir a plazos. Entonces la fe nos muestra la Cruz, y, clavado en ella, el Amor. Ya no tienes que abrazarte a la muerte, sino al Crucificado, a Cristo. No se turbe vuestro corazón. Sé que, al final de mi vida, crucificado con Cristo, seré llamado por mi Padre, será su mano la que se pose en mi hombro y me diga: «Ven, hijo mío, ven y descansa».

(0211)

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad