Es un refrán castellano muy antiguo, pero lo copiaré «reformado» por elegancia: El que no llora… no come. Ya me entendéis.
Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».
Si no hubiera llorado, si no hubiese gritado, Bartimeo hubiera seguido ciego toda la vida. Pero, como gritó, recibió la mejor noticia: Ánimo, levántate, que te llama.
¿Pensáis que no hay quien grite así? ¡Claro que los hay! ¡Muchos! Pero, como no conocen a Cristo, no le gritan a Él. Son ciegos, no tienen fe, y son mendigos, mendigos de afecto. Gritan en Facebook, en Instagram, en Twitter: «¡Miradme! ¡Hacedme caso! ¡Tened compasión de mí! ¡Decid que os gusto!» No gritarían así si no estuvieran sufriendo una terrible necesidad de cariño. Necesitan saber que le importan a alguien. Y, aunque tengan miles de seguidores, nunca se sacian, porque su corazón busca, sin que ellos lo sepan, un Amor mayor.
Acercaos a ellos, no hagáis como los que querían callar a Bartimeo, no los bloqueéis. Decidles, uno a uno: Ánimo, levántate, que te llama. «A Cristo le gustas, a Cristo le importas, Cristo es tu principal seguidor. Alégrate, y síguelo tú a Él».
(TOB30)