La Resurrección del Señor

12 octubre, 2024 – Espiritualidad digital

El pobre viejo

Ha pasado a la Historia como «el joven rico», pero yo prefiero llamarlo «el pobre viejo».

Por muchas riquezas materiales que tuviera, aquel día se convirtió en pobre de solemnidad, porque tuvo al alcance la mano la mayor de las riquezas y la dejó escapar. Cuando Jesús se quedó mirándolo, lo amó. Y él, al ser rozado por el brillo de los ojos del Señor, sintió un vértigo terrible y bajó la vista. No quiso sumergirse en aquella mirada, temió ahogarse en ella y no poder salir jamás. Temió enamorarse, dejarse robar el corazón y pertenecer a Cristo para siempre. Se negó a entregarse al Amor. Pero después, al volver a su casa, se dio cuenta de que todas sus riquezas eran basura. Mientras no había conocido el Amor, aún podía gozar de ellas. Pero, tras haber tocado el cielo y haberlo rechazado, todo aquello le sabía a muerte.

Por muy joven que fuera, ese día se hizo viejo de repente. Él frunció el ceño y se marchó triste. La alegría y el entusiasmo de su juventud desaparecieron al instante. Ceño fruncido y mirada triste, como los viejos que ya nada esperan de la vida, porque creen haberlo perdido todo.

(TOB28)

Alabanza a la Virgen a dos voces

¿Cómo pensáis que recibió Jesús las palabras de aquella mujer de entre el gentío?

Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.

¿A quién no le gusta que piropeen a su madre? Ya supondréis que a Jesús le agradaron mucho aquellas alabanzas. Tanto le agradaron, que se sumó a la fiesta y, con palabras distintas, ensalzó también a su madre:

Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

Te lo traduzco: «Mujer, tú ensalzas a la mujer que me dio a luz porque me llevó en su vientre y me amamantó a sus pechos. Y haces bien, porque ese cuerpo suyo ha quedado consagrado con la presencia del Hijo de Dios. Pero, con tus palabras, le estás diciendo a mi madre: “¡Qué suerte tienes!”. Yo le diré algo mejor: “¡Qué santa eres! Porque el haberme llevado en tu vientre y amamantado a tus pechos no es mérito tuyo. Pero el haber escuchado la palabra de Dios, el haberla conservado en tu corazón, y el haber empleado tu vida en dejar que se cumpla ha sido el acto de amor más hermoso y puro que jamás una criatura haya realizado sobre la tierra”».

(1210)

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