La Resurrección del Señor

octubre 2024 – Espiritualidad digital

Dios sólo tiene un Hijo

Hablamos muchas veces de «los hijos de Dios» pero, realmente, Dios tiene un solo Hijo, el Unigénito, Cristo. ¿Qué somos, entonces, nosotros?

Señor, enséñanos a orar. Cristo nos enseñó a orar, como le pidieron los apóstoles, orando Él mismo en nosotros. En cierto modo, nos dijo: «No temas, no sólo te enseñaré a orar. Yo mismo tomaré posesión de ti, te invadiré y oraré en ti».

Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino. Sólo Cristo puede llamar a Dios «Padre». Y es Él quien, por su Espíritu, dice «Padre» en nosotros. Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!» (Gal 4, 6).

Y es que el Padrenuestro adquiere pleno sentido sólo cuando lo rezamos en gracia de Dios. Porque entonces, invadidos por el Espíritu de Cristo, dejamos que sea Él quien ore en nosotros.

Efectivamente, Dios tiene un solo Hijo. Y ese Hijo clama desde los confines de la tierra, desde todas y cada una de las almas en gracia, a Dios con un grito filial: «Abba!». Recordémoslo cada vez que proclamamos la oración dominical, porque nadie reza el Padrenuestro por su cuenta. Es Cristo quien lo reza en cada uno de nosotros.

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Mi querida Marta y la feliz María

Mis feligreses siempre se sonríen cuando les digo que imagino a Marta como una mujer gruesa, bigotuda y ataviada con un mandil. Habitualmente de mal humor, sin respetos humanos, capaz de abroncar al mismo Jesús, a quien amaba con locura. Supongo que está esperando a que yo llegue al cielo para atizarme un sopapo por decir esas cosas de ella, pero es uno de mis personajes favoritos del Evangelio. ¡Gorda maravillosa!

En la Última Cena, dijo Jesús a sus apóstoles: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17, 3). Por eso dice hoy que María ha escogido la parte mejor. Porque primero es conocer y, después, amar. Si uno quiere entregar la vida sin conocer ni amar, lo hace a regañadientes, como Marta; por eso está siempre de mal humor. Porque la acción, en ella, precede a la oración.

María, sin embargo, es una mujer feliz: escucha la palabra de Jesús, lo conoce y lo ama. Después se entrega.

Recordadlo siempre: primero la oración, después la acción. Si queréis disfrutar de vuestra entrega, rezad primero, enamoraos, y después entregadlo todo con una sonrisa, aunque os cueste la vida.

(TOP27M)

Rosarios bien rezados

Yo ya sé que lo normal, en el rosario, es distraerse. Y por eso le digo a mis feligreses que un rosario mal rezado vale infinitamente más que el que no se reza. A la Virgen le llegan, y le agradan, nuestros rosarios mal rezados… Pero no renunciéis a rezarlo bien. Más bien, pedídselo a ella, a María. Y pedídselo muchas veces, hasta que os lo conceda.

Porque un rosario bien rezado es una maravilla. Es un paseo por la vida de Cristo de la mano de su madre. Le rezas a ella, y ella te lleva a Jesús. Y te cuenta la vida de su Hijo como ningún evangelista te la ha sabido contar.

Entonces, como hacen los niños, mientras desgranas las avemarías, asaltas a la Virgen con mil preguntas: ¿Cómo te miraba el ángel Gabriel? ¿Cómo diste a luz a Jesús? ¿Cómo fue que se te perdió en el templo? ¿De qué hablabais mientras tú cocinabas y Él te contemplaba? ¿Te miraba mientras pendía de la Cruz? ¿Te dijo algo en secreto desde el Madero? ¿Cómo se te apareció en aquel domingo?

Y así, avemaría a avemaría, se te va el rosario en un vuelo… Y empiezas otro.

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Enamorarse y quererse

En ocasiones, cuando tengo delante a dos pipiolos vestidos de novios que están a punto de pronunciar sus votos matrimoniales, comienzo la homilía diciéndoles: «Estáis aquí, delante de Dios, porque estáis enamorados», y se miran con una carita que parece que me van a pringar de miel los bancos. Termino la frase: «pero no os queréis». Entonces me miran a mí, y me troncho de risa por dentro.

La homilía consiste en explicárselo. Estar enamorados es precioso, todo el mundo debería enamorarse. Pero, al fin y al cabo, es algo que no eliges, como una enfermedad buena que te embriaga el corazón. Cuando estás enamorado, te entregas sin querer, casi te están robando dulcemente la vida.

Pero amarse es querer darse. Esos pipiolos que tengo delante aún no se han entregado la vida, esa tarea está por hacer. Sus «te quiero» pesan poco. Tienen que pasar años, venir los hijos, y las enfermedades, y la vejez. Un solo «te quiero» de un matrimonio anciano pesa como mil «te quiero» de los jóvenes.

Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Eso es el matrimonio: ir haciendo verdad el «te quiero» hasta el sello del último suspiro.

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¿Y qué le pido?

pedid y recibiréisSi te dijera Dios: «Te daré lo que me pidas», ¿qué pedirías? Yo tendría cuidado de no equivocarme. Porque si le pido algo que deseo, pero que no es bueno para mí, al final podría arrepentirme de haber formulado esa petición.

Lo más sensato sería buscar el consejo de una persona sabia. Me ha tocado un millón de euros en la bonoloto, ¿en qué los gasto?

Me he acordado de Salomé. Herodes prometió darle lo que pidiese, y ella tuvo el juicio necesario para pedir consejo. Lo malo es que se lo pidió a la pérfida Herodías, y por culpa del consejo fue decapitado Juan. No creo que Salomé viviese tranquila en adelante.

Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.

Busquemos el consejo de la Virgen, que es trono de Sabiduría. Jesús nos ha prometido que nos dará cuanto le pidamos, que hallaremos lo que busquemos, y que nos abrirá donde llamemos. ¿Qué le pedimos?

Y la Virgen nos responde: «Pedid Cristo, buscad a Cristo, llamad a las puertas del corazón de Cristo. No os conforméis con menos».

(0510)

Los peligros de la religión

¡Qué peligro tiene esto de la religión! Perdonad, espero saber explicarme y que podáis entenderme. Pero ¡es tan fácil engañarse con la religión! Porque está llena de manifestaciones externas de piedad, obras externas de misericordia, ritos sacramentales, reuniones y asambleas… Todo ello es bueno y necesario. Pero, si no estamos alerta, nos acabamos creyendo salvados, como el joven rico, por cumplir con todo: vamos a Misa, visitamos enfermos, damos limosna y acudimos puntualmente a nuestras reuniones parroquiales o de grupo. Cuando nos queremos dar cuenta, nos olvidamos de lo principal: el corazón.

¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Pues si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza.

Estas ciudades aclamaban al Señor, y en ellas realizó Jesús gran parte de sus milagros. Pero Cristo veía los corazones, y sentía lástima. No estaban convertidos.

Imagina una pared llena de humedades. Si, en lugar de sanearla, pintas encima de las manchas, volverán a salir. Y pondrás litros y litros de pintura para disimularlo, pero lo estropearás aún más. Así es quien quiere cubrir con prácticas piadosas un corazón no convertido.

(TOP26V)

Saludos de alto riesgo

palabrasPuede parecer extraño el consejo que Jesús da a los setenta y dos enviados:

No saludéis a nadie por el camino.

Es de mala educación, ¿no? Pero también es propio de quien lleva prisa. Y, además, hay personas con «saludo de alto riesgo». Si les dices «hola», estás perdido, te van a tener cuarenta minutos escuchando batallitas.

Lo que quiere decir Jesús es equivalente a «no os entretengáis». Tienes una misión que cumplir, y un tiempo limitado para cumplirla. No lo pierdas en conversaciones inútiles o frívolas.

No te digo que tengas que estar hablando de Dios todo el tiempo, no es necesario eso. Cuando hay que hablar de Dios, no te calles. Pero también, cuando hables de cualquier asunto, o cuando te intereses por los demás, o cuando estés tratando cuestiones propias de tu trabajo, puedes aprovechar el tiempo para evangelizar. Basta con que pongas cariño y alegría en tus palabras, con que mires con afecto a la persona con quien hablas o con que aportes siempre la visión optimista y esperanzada sobre cualquier materia.

Mientras hablas con tus hermanos, dirige tu corazón a Dios orando por ellos. Así estarás seguro de no perder el tiempo en conversaciones inútiles.

(TOP26J)

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