Cristo en su Pasión

octubre 2024 – Espiritualidad digital

¡Que no, que no está lejos el cielo!

Son muchos quienes hoy amanecen melancólicos con el recuerdo de sus difuntos. Si a esto le sumamos el añadido tenebroso y farsante del halloween, la batalla parece perdida. Pero repitamos que el día de difuntos es mañana. Hoy es día de luz, no de tinieblas. Hoy celebramos a todos los santos, nos alegramos con aquellos hermanos que han llegado a su destino. Felicitad a vuestros santos de cabecera (¿no los tenéis? Yo tengo unos veinte).

Si el cielo fuera un lugar que se encuentra al final de la vida, el camino sería agotador. Y muchos podrían pensar: «Si basta con confesar, como el buen ladrón, a dos metros de la meta, ya me confesaré cuando vaya a morir». Pero no es así. El cielo está muy cerca, podemos tocarlo y gozarlo en cada momento de oración, en cada misa. Despertamos cada mañana y saludamos a los santos, nos encomendamos a ellos antes de dormir, ellos velan nuestro sueño y nos protegen cada día.

Gozad del cielo aquí, en medio de las contrariedades, y un día lo disfrutaremos plenamente, cuando, tras morir del todo, hayamos sido transformados y llevados a ese banquete eterno con quienes más amamos y más nos aman.

(0111)

Está consumado

Jesús llamó Satanás a Pedro cuando Simón quiso apartarlo del camino de la Cruz. Hoy volverá a escuchar la misma tentación, esta vez en boca de unos fariseos:

Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte.

Le piden a Jesús que huya de la muerte (como ellos), pero Jesús no es así. Él encara la muerte y se dirige a ella, como valiente soldado: Mira, yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra quedará consumada. Pero es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.

Se da a Sí mismo tres días hasta que, sobre el Madero, diga: Está consumado (Jn 19,30). El primer día es en el que está hablando. El segundo lo marcará su entrada en Jerusalén: No me veréis hasta el día en que digáis: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!». El tercero es el Viernes.

No tiene sentido arriesgar la vida temerariamente, pero tampoco pasarla huyendo de la muerte hasta que ella nos alcance. La vida se nos ha dado para entregarla. No tengáis miedo a que os la quiten, entregadla generosamente hasta que podáis decir: «Está consumado».

(TOP30J)

Una caricatura del cristianismo

Decían ser un grupo cristiano, pero a mí me parecía otra cosa. Empezaban a contarse su vida unos a otros: «¡Soy un desastre! He vuelto a perder la paciencia con mi hijo». «No tengo remedio, he gritado otra vez a mi mujer». «Lo mío es terrible, no me levanto por las mañanas ni un día a mi hora, y llego siempre tarde al trabajo». Y, tras ese concurso de a-ver-quién-es-peor-que-yo, todos añadían: «Pero ¡cuánto me quiere Dios! ¡Qué bueno es! ¡Él me salvará!». Ninguno jamás habló de su lucha, de sus esfuerzos por vencer al pecado. Estallé y me marché cuando uno dijo: «He aprendido a reconciliarme con mi pecado».

Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Nadie podrá salvarse por sus fuerzas. Pero nadie se salvará sin haberse esforzado. La santidad requiere renuncia, abnegación, sacrificio. Recrearse en el propio pecado e invocar, a la vez, la misericordia de Dios no es cristianismo, sino estupidez. Al pecado hay que odiarlo a muerte, y no hacer las paces jamás con él. Cuando Dios nos ve luchando así, Él mismo nos da la victoria. Pero si nos limitamos a gemir: «¡Qué pecador soy!», se cruza de brazos y nos responde: «Tienes razón».

(TOP30X)

La guinda y la levadura

«Me he dado cuenta de que eres cristiano porque el otro día te vi salir de Misa»… Está bien que te digan eso. Quiere decir que no sales del templo a escondidas para evitar a los vecinos.

Pero hay algo mejor: «Me he dado cuenta de que eres cristiano porque siempre perdonas, porque nunca hablas mal de nadie, porque te veo contento y jamás te quejas, porque estás siempre al servicio de todos, porque miras todo con esperanza… porque el otro día me hablaste de Dios».

¿A qué compararé el reino de Dios? Es semejante a la levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó.

¿En qué se diferencia la levadura de una guinda? La guinda es el adorno bonito de una tarta que no es suya. Hay quien añade, a una vida aburguesada, la guinda de unas prácticas piadosas que la hacen parecer santa. Pero a esas personas, si no las ves rezando, no las identificarás como cristianos. La levadura, en cambio, hace fermentar toda la masa. Cuando la piedad es levadura, la vida entera está perfumada de Cristo. Entonces distingues a un cristiano en cuanto te da los buenos días.

(TOP30M)

El misterio de la vocación

Celebramos hoy a los santos Simón y Judas, dos apóstoles que parecen perderse en la lista de los Doce, porque ambos tienen nombres repetidos. Si dices «Simón», piensas en Pedro. Si dices «Judas», piensas en el traidor. A Simón el Celote y Judas Tadeo les gusta pasar desapercibidos.

Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce. Sin embargo, cuando Jesús miró a los ojos a Simón el Celote y pronunció su nombre, él no tuvo la menor duda de que estaba siendo llamado por Cristo. Y lo mismo le sucedió a Judas Tadeo.

Ese momento en que descubres que Jesús te llama por tu nombre no lo olvidas jamás. No es –en contra de lo que algunos piensan– el momento de la llamada, sino el momento en que escuchas la llamada. La llamada, la vocación, nos acompaña desde el vientre materno. Comenzamos a existir el mismo día en que Cristo pronunció nuestro nombre y nos llamó a la misión con que hemos sido bendecidos. Pero un día, en diálogo con Cristo, nuestros oídos se abrieron y escuchamos esa llamada. Bendito día, en que supimos el motivo por el que hemos venido al mundo.

(2810)

El que no llora…

BartimeoEs un refrán castellano muy antiguo, pero lo copiaré «reformado» por elegancia: El que no llora… no come. Ya me entendéis.

Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».

Si no hubiera llorado, si no hubiese gritado, Bartimeo hubiera seguido ciego toda la vida. Pero, como gritó, recibió la mejor noticia: Ánimo, levántate, que te llama.

¿Pensáis que no hay quien grite así? ¡Claro que los hay! ¡Muchos! Pero, como no conocen a Cristo, no le gritan a Él. Son ciegos, no tienen fe, y son mendigos, mendigos de afecto. Gritan en Facebook, en Instagram, en Twitter: «¡Miradme! ¡Hacedme caso! ¡Tened compasión de mí! ¡Decid que os gusto!» No gritarían así si no estuvieran sufriendo una terrible necesidad de cariño. Necesitan saber que le importan a alguien. Y, aunque tengan miles de seguidores, nunca se sacian, porque su corazón busca, sin que ellos lo sepan, un Amor mayor.

Acercaos a ellos, no hagáis como los que querían callar a Bartimeo, no los bloqueéis. Decidles, uno a uno: Ánimo, levántate, que te llama. «A Cristo le gustas, a Cristo le importas, Cristo es tu principal seguidor. Alégrate, y síguelo tú a Él».

(TOB30)

¿A qué estoy esperando?

Un año de plazo. Mirado en el conjunto de la Historia, es apenas un destello. Y, en el conjunto de la vida de una persona, es una minucia. Pero mirado día a día, hora a hora, minuto a minuto, es un cúmulo de oportunidades.

Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar.

Para el viñador, seguramente, fue un año larguísimo. Quizás acudía cada mañana a comprobar si la higuera anunciaba sus frutos, a verter estiércol, a cavar y a aportar agua en los días de sequía. «Venga, a ver si mañana vemos algo», se diría cada vez que terminara su jornada de trabajo.

Y pienso yo que así me debe estar mirando el Señor desde la Cruz. Él, subido al Leño, le ha arrancado a su Padre un plazo para mí. Y está esperando a que me convierta, a que deje de vivir mirando al mundo y comience a vivir de cara a Él, de cara al Calvario.

Debería percibir cada mañana esa mirada paciente con que, desde la Cruz, me mira Cristo. Él me está esperando. ¿A qué espero yo?

(TOP29S)

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