Antes de que Jesús comenzara su vida pública, Juan Bautista había advertido a los judíos: No os hagáis ilusiones, pensando: «Tenemos por padre a Abrahán», pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras (Mt 3, 9).
Los vínculos de la carne no bastan para heredar el reino de Dios. Cristo los dejará definitivamente atrás al negarse a realizar milagro alguno en Nazaret. Son los vínculos espirituales, los que nacen de lo alto, los que convierten al hombre en familia de Dios.
Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. La santísima Virgen no es la mujer nueva por el mero hecho de haber llevado al Hijo de Dios en sus entrañas. Eso es muchísimo, más de lo que jamás recibió ningún mortal. Pero María es la mujer nueva, sobre todo, porque, además de haber llevado al Verbo en sus entrañas, escuchó a Dios, guardó su palabra, la meditó en su corazón y cumplió lo que escuchaba. De esta forma, el vínculo carnal fue llevado a plenitud en el Espíritu.
¿O acaso creías que ibas a salvarte mostrando a san Pedro tu partida de bautismo?
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