Cada palabra de Jesús, cada milagro encuentra su cumplimiento y su sentido en el Calvario. Todo cuanto Jesús dice o hace puede superponerse, como una transparencia, sobre el relato de la Pasión, y entonces adquiere matices maravillosos. Veámoslo con la resurrección del hijo de la viuda de Naín.
El Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon); y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!» El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre.
¿Por qué llora Cristo en la Cruz? Llora por la muerte del hombre, por nuestra muerte. También por la muerte de Juan, quien, al pie de la Cruz, nos representaba a todos.
¿Por qué llora María? Por lo mismo que hace llorar a Jesús. El corazón inmaculado de la madre es la caja de resonancia de los dolores del Hijo.
Entonces, ya a punto de morir, viendo que su sangre había redimido al hombre, señalando a Juan dijo a la Virgen: Ahí tienes a tu hijo (Jn 19, 26). «Te lo he redimido, tiene vida eterna». Ponte tú en el lugar de Juan, y entenderás.
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