Una feligresa joven se me ha acercado después de la Misa. Se la veía radiante. «Padre, me han echado del trabajo por Cristo. Le pedí a mi jefe en privado que no blasfemara en mi presencia, porque hería mis sentimientos. A los dos días tenía la carta de despido sobre la mesa».
Pienso en las personas que se enfadan con Dios ante las contrariedades. «Dejé de ir a Misa cuando murió mi madre. Si Dios existe, hubiera escuchado mi oración y mi madre no habría muerto». También he escuchado eso. Si rezo, las cosas deben irme bien. Si no me van bien, no me funciona la religión.
Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Cristo no nos ha prometido prosperidad en esta vida. Sé realista. Lo normal, si amas al Señor, es que compartas su Cruz.
Lo que te ha prometido el Señor es: que estará contigo en la contrariedad; que, tras las tribulaciones de esta vida, participarás en su resurrección y en su triunfo final; y que, en medio de las dificultades, serás feliz y serás amado. ¿No es eso mejor que una vida sin «problemas»?
(TOB24)