Los sacerdotes, padres, catequistas, maestros, educadores… cuantos tenemos la misión de guiar a los demás deberíamos tomarnos muy en serio estas palabras de Cristo:
¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
Es necesario que seamos conscientes de que no estamos capacitados para guiar a nadie, porque estamos ciegos. El único capaz de guiar al hombre hacia el cielo, el único que es el buen pastor y la luz del mundo es Cristo.
Por lo tanto, si a nosotros nos pide el Señor que guiemos a otros, debemos entregarnos por entero a Él, y que sea Él quien guíe las almas que nos ha encomendado.
Aun así, podemos equivocarnos. Y nos equivocamos. ¿Vosotros estáis seguros de que todos los consejos que dais son acertados? Yo no. Pero, si me preocupara por ello, no me sentaría en el confesonario. He aprendido que lo único que debo hacer es desear servir a Dios. Y el Señor, para guiar a las almas, se servirá de mis errores tanto como de mis aciertos.
Lo único que debo temer es que me guíe un interés personal. Eso sería robarle a Cristo las ovejas. No lo permitas jamás, Señor.
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