A las bienaventuranzas añade el evangelio de san Lucas las «malaventuranzas». Y, la verdad, dan un poco de miedo. Especialmente la última:
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas.
Uno repasa las vidas de los santos, y comprueba que todos ellos han sufrido la maledicencia, la murmuración y la calumnia de parte de sus contemporáneos. Son muchos los santos que han pasado por idiotas, y también son muchos los idiotas a quienes la gente ha tenido por santos. ¡Cómo para fiarse del juicio de los hombres!
Permitidme un consejo: mientras una persona tenga que ir cada mañana al cuarto de baño, nunca digáis que es un santo. Los santos están en el cielo, donde no hacen falta cuartos de baño. Decid, si queréis, que es «un hombre de Dios», pero lo de la santidad dejadlo para los que ya no corren riesgo de echarlo todo a perder.
En cuanto a nosotros, tampoco se trata de que vayamos por la vida buscando caer mal. Lo mejor es no ocuparse de eso y dar gracias a Dios de que siempre haya alguien poniéndonos de vuelta y media por ahí.
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