La sexta bienaventuranza promete que los limpios de corazón verán a Dios. Es como si te dicen que quien tenga las gafas limpias verá las nubes. En esta vida, a Dios lo vemos con el alma. Si el corazón está sucio, el alma está ciega. Y, creedme, ver a Dios es, en esta vida, la dicha suprema.
Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Los judíos tenían un concepto carnal del pecado. La pureza, para ellos, consistía en tener las manos limpias. Me acuerdo de la pandemia de 2020, menuda obsesión con el gel hidroalcohólico, yo casi me dejo la piel de las manos en los enjuagues. Pero nuestra sociedad es así: si no fumas, si reciclas, si eres verde y sostenible estás salvado… ¿de qué? Preferiría ir al cielo con mi pipa que ir al infierno con el tapón pegado a la botella de agua.
Cuidad, ante todo, la limpieza del corazón. Confesad con frecuencia, amad a la Virgen, sed castos, mirad al cielo diariamente en vuestra oración. Y, luego, los envases de plástico al cubito amarillo.
(TOB22)